POL CORREDOIRA. Barcelona
22/04/2018
La afición del Rayo Vallecano da los tres puntos al conjunto madrileño en su visita al Miniestadi enmedio de una batalla judicial con el presidente del club.
Una marea roja y blanca inunda las calles de Les Corts. A pesar del sofocante calor que hace en Barcelona, ríos de aficionados llenan todas las zonas de la calle Arístides Maillol. En lo alto del estadio del filial del club local ondea la bandera del Rayo Vallecano. La gente busca con decisión su acceso y algunos corren para no faltar al pitido inicial. Entre todo el caos organizado, varias peticiones para obtener una entrada de forma ilegal y a buen precio. Una, dos y hasta tres veces. El último de los vendedores, vecino de la zona, aparenta más de 80 años ya. "La pela es la pela", dice cuando me intereso por su pequeño sobresueldo bisemanal.
Pasados los controles, dos agentes de los Mossos revisan una última vez bolsillos y mochilas de aficionados. Rutinario si no fuera por las armas largas que ambos custodian. Una vez dentro, aquí está. La marea roja y blanca ya nos espera. Cientos de aficionados del Rayo pueblan la grada norte del Miniestadi azulgrana. Parece que el sol de media tarde no es para ellos. Saltan, cantan y se dejan la voz ya desde antes del inicio del partido. Su melodía más repetida es la de "Presa, vete ya". En Vallecas, analizan cada directiva con lupa. No es para menos, tras 20 años de dinastía Ruiz-Mateos en el poder.
La agrupación de accionistas del club (ADRV) ha presentado esta misma semana una demanda contra Raúl Martín Presa, el actual presidente, por la imposibilidad de verificar donde se encuentran más de nueve millones de euros que, según la entidad, deberían estar en las arcas del club. Tampoco se han presentado las cuentas de ningún ejercicio económico a la Comunidad de Madrid desde el año 2011. Y todo aficionado al fútbol sabe que la afición del Rayo es de todo menos conformista.
En 2016, el club obtuvo la cesión de Roman Zozulya, un futbolista ucraniano al que los ultras del Rayo, los Bukaneros, acusaron de neonazi. Zozulya siempre mantuvo que se trataba de un malentendido pero sus numerosas muestras de apoyo al ejercito ucraniano en el conflicto de Crimea y las simpatías con miembros de la ultraderecha de su país terminaron enviándolo de vuelta a su anterior equipo, el Betis. Los Bukaneros le increparon en los entrenamientos, amenazaron por las redes sociales y hicieron pintadas por toda la ciudad deportiva exigiendo que Zozulya no vistiera la camiseta del Rayo. Estos seguidores radicales llevan más de 25 años animando al equipo pero con una serie de valores por bandera: no al racismo, no al fascismo y no a los negocios en el mundo del fútbol. Against modern football, que llaman.
Y es que cada día son más los que creen que el fútbol ha pasado de ser un deporte a un negocio y que los clubes deberían estar en manos de los socios y aficionados y no de inversores privados. Quizá la afición del Barça que estaba en el estadio representa perfectamente esa idea. Gente que paga la entrada a un precio elevado (de 10 a 20 euros por una entrada con el sol de cara), consumiendo en el bar del estadio al descanso y sólo abriendo la boca para dejar ir algún improperio contra sus propios jugadores. El conformismo de una afición ante la explotación económica de su pasión. La situación no acompaña a la reflexión. Con un filial a las puertas del descenso a Segunda B, no sé hasta qué punto el aficionado medio está pendiente de los precios de las entradas o de si el Barça se preocupa por sus libertades como seguidor del club. Y no, no se oyó ni un vez aquello de independencia.
Todas estas cifras no están en sus cabezas, y menos a los del Rayo. Su equipo gana 2-3 al Barça B y se planta como líder en solitario. Todo apunta que, la próxima temporada, la bandera del Rayo ondeará en el estadio que hay junto al Mini, un poco más grande. Pero a pesar de la tranquilidad deportiva de estas últimas jornadas, es muy posible que lleguen algunas ofertas económicas de vecinos que van algo peor en la clasificación. Y no sería la primera vez.
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