VÍCTOR COLLELL. Barcelona
24/04/2018
Se dice que siempre hay una primera vez para todo. Visitar el Palau Blaugrana es una sensación extraña, puesto que me siento como en casa, en un ambiente muy familiar y conocido; pero a la vez es un nuevo lugar todavía por descubrir, por valorar y así analizar qué da de sí tanto a nivel deportivo como a nivel político.
Digamos que no es lo más normal del mundo ir a la celebración de un acontecimiento deportivo y estar más pendiente de posibles mensajes políticos de la afición que del partido. A priori, parece que todo va estar bastante tranquilo. En el acceso al recinto, decenas de profesionales de seguridad revisan que todo esté en orden supervisando la entrada de los hinchas. A primera vista, ya se pueden distinguir las primeras prendas de ropa amarillas, algunas con mensajes y otras meramente deportivas, como la segunda equipación del equipo de fútbol del Barça en la temporada 2005 - 2006.
Todavía hay resaca de la final de la Copa del Rey disputada la noche anterior por el equipo culé ante el Sevilla; una final que, en esta ocasión sí, requisaron ropa de color amarillo ante el asombro de los aficionados catalanes. Seguramente veríamos más ropa de dicho color de lo que es habitual en el partido de la sección de baloncesto. Más ropa y más cánticos, y más mensajes reivindicativos, y más alusiones a España, y más todo.
El pabellón presenta una buena entrada. Es cierto que la grada está bastante colorida, básicamente dividida en los sectores azulgrana y amarillo, mezclados, eso sí. A pie de pista solemos encontrar a ese tipo de aficionado que no luce ninguna equipación de ningún equipo. Curiosamente, muchos de los asientos que quedan vacíos son de color amarillo, acentuando el clamor. Una pancarta enorme preside la pista. Llibertat presos polítics.
Antes de empezar el partido, los entrenadores de ambos equipos protagonizan un simbólico homenaje al día del libro que se celebraría al día siguiente, siendo seguramente en Barcelona donde más relevancia tiene el 23 de abril, Sant Jordi. Un Sant Jordi que seguramente muchos también relacionarán con la política cuando entran en juego las rosas amarillas, no solo criticando cuando se mezclan política y deporte, sino que también renegando cuando se mezclan política y cultura.
Los Almogàvers, los Dracs y la Penya Meritxell ya ocupan sus puestos como fieles peñas barcelonistas que no se pierden ni un solo partido de las secciones del Fútbol Club Barcelona. Se respiran ganas de animar, de darlo todo y de apoyar al equipo a pesar de la temporada tan complicada que se ha vivido en el club; pero también se respira crispación e impotencia de la mayoría de la gente del público, quienes se sienten coaccionados por las medidas de un país que ya no sienten suyo.
Los primeros gritos reivindicativos no se hacen esperar. Antes de llegar a los cinco minutos con el balón en juego se escucha el ya clásico Llibertat presos polítics que retumba en el Palau. Las esteladas, hasta entonces bastante escondidas, salen a relucir. Se hace difícil ver a alguien cercano a mí que se muestre impasible ante tal estruendo. Habrá que buscarlos con lupa.
Tras varios intentos fallidos consigo encontrar a un fiel seguidor del equipo, que se debe acercar a los sesenta años, a quien no le motiva que se vaya a un partido de baloncesto a “hacer política”. Comenta con total rotundidad que a un acontecimiento deportivo se va a disfrutar del deporte y a animar a tu equipo hasta el final, que la política se puede hacer en otro “lao”. Un razonamiento que sobre el papel parece de lo más lógico.
Por contra, un joven con la cara pintada con los colores de la senyera, no cree que reclamar la libertad de los presos políticos sea “hacer política”. Defender a gente que está en la cárcel por sus ideas políticas, como si fueran asesinos o violadores, le parece una cuestión de “humanidad y de solidaridad”, más allá del partido que votes.
En el minuto siete del segundo cuarto se desata todavía más la locura. Minuto diecisiete de partido tanto en el Palau como en el Camp Nou siempre es sinónimo de canta In-Inde-Independència. La gente disfruta del buen juego que de momento se está viendo sobre el terreno de juego combinado con unas ganas tremendas de manifestar su rechazo a las continuas actuaciones de represión del Estado.
Los cánticos se van repitiendo a lo largo del partido, sobre todo cuando este ya empieza a estar decidido en el último cuarto. Sin duda que el hecho que el rival fuera el Gipuzkoa Basket contribuyó a que hubiera una cierta armonía entre el público, ya que muchos de los seguidores visitantes también apoyaban la causa. Lo que en principio iba a ser un partido sin mucha trascendencia si nos referimos a la política, la actuación policial el día anterior en la final de Copa propició una reacción del público todavía más acentuada. Pues como suele pasar.
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